El gobierno Temer escanó su cara. Con un decreto firmado hace poco, convocó las Fuerzas Armadas para reprimir manifestaciones. Además de una máquina de corrupción, el usurpador del Planalto (sede del Poder Ejecutivo Federal brasileño) mostró manejar una máquina de guerra en contra el pueblo.
Más de cien mil personas se reunieron pacíficamente en Brasília pidiendo la renuncia del títere, elecciones directas y dando un sonoro no a las reformas liquidadoras de la jubilación y de los derechos trabajistas. Qué encontraron? Soldados armados hasta los dientes y dispuestos a atacar una manifestación democrática.
Hay decenas de heridos. Al menos uno de ellos fue afectado por una bala y está en el hospital. Bombas de gas y de efecto (i)moral son disparadas incesantemente contra trabajadoras, trabajadores y jóvenes desarmados. Un escenario típico de los tiempos de dictadura militar.
Temer y su banda no tienen cualquier condición de continuar en el poder. Su ofensiva en contra la manifestación de hoy no deja dudas. Más y más, el gobierno golpista solo puede recurrir a la represión. No hay argumentación capaz, en una democracia, de defender ni por un día más a un mandatario sucio de los pies hacia la cabeza por la corrupción explícita y teñido con la sangre de los manifestantes.
La permanencia en el Planalto del títere Temer al servicio de intereses reaccionarios es una verdadera provocación al pueblo brasileño. Los números no mienten: 14 millones de desempleados, millones de familias en desesperación, millares de empresas cerrando, incumplimiento de deudas se extendiendo. Ahora, vivimos una represión cobarde en gran escala. Todo eso es obra de una administración ilegitima y desmoralizada incluso entre muchos que embarcaron en la aventura golpista.
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